Que no te tomen el pelo


Casi un 30 % de los varones de 30 años sufre alopecia androgénica. Entre los de 40 afecta al 40 %; y así sucesivamente. Es, con diferencia, el tipo de alopecia más común. Y aunque es un tipo de caída del pelo que no está asociada a un problema de salud, muchos de quienes la padecen la viven de forma traumática. Y es que, en principio, una incipiente calvicie no ayuda precisamente a sentirse bien en una sociedad marcada por una eterna estética juvenil. De ahí la enorme cantidad de tratamientos anticaída que podemos encontrar en el mercado. Tratamientos que nos enganchan con mensajes pseudocientíficos y promesas casi milagrosas, pero que, salvo excepciones, no harán sino aumentar nuestra frustración y vaciar nuestros bolsillos.

No te dejes tomar el pelo
Que no te pase.

La herencia, implacable. La inmensa mayoría de los tratamientos anti caída van dirigidos a personas con alopecia androgénica, la más habitual. Una alopecia genética que, en el caso de los hombres, se hereda de padres a hijos (entre las mujeres no está claro) y que se caracteriza por una especial sensibilidad del pelo de la cabeza a las hormonas masculinas (la testosterona). La consecuencia es una progresiva miniaturización de los folículos capilares, lo que provoca que los nuevos cabellos sean cada vez más débiles, hasta el punto de que no sean reemplaza- dos por otros nuevos cuando finalmente se caen.


Así, siguiendo un patrón más o menos fijo, que en los hombres empieza en las sienes y la coronilla, el cuero cabelludo va quedando más y más despoblado hasta que queda completamente despejado excepto en la zona occipital y parietal. Se trata de un problema que tiene difícil solución: un folículo miniaturizado no tiene marcha atrás y apenas hay unos pocos tratamientos médicos que consigan contener su involución. ¿O realmente no? Porque los remedios cosméticos son, según sus fabricantes, igualmente efectivos. De hecho, muchos de los ellos (por lo general los más caros) se venden exclusivamente en farmacias, acentuando así sus pretendidos efectos.

El rodillo publicitario. Cuando se nos diagnostica una alopecia androgénica (casi la única que no es reversible), caben dos actitudes: una aceptación desacomplejada o resignada que nos lleva a dejar que siga su curso, o bien la puesta en práctica de algún tratamiento que intente detenerla. Y es aquí donde entra en funcionamiento la potente maquinaria  publicitaria de las empresas que comercializan estos productos y que se arrogan la capacidad de mitigar, atajar e incluso invertir el proceso. Sin embargo, las evidencias científicas disponibles hasta el momento nos llevan a concluir que su fiabilidad es escasa, cuando no inexistente. Un caso ejemplar es de los champuses anticaída, promocionados por contener ingredientes activos presuntamente eficaces contra la alopecia.

Pero realmente, aunque el empleo de un producto adecuado puede atenuar condiciones del cabello que aceleran su deterioro, como la caspa y la dermatitis seborreica, no existe ninguna fórmula cosmética que haya demostrado de forma rigurosa una acción anticaída. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el compuesto llamado Aminexil, que pretende tener efectos visibles a partir de las tres se- manas: los estudios de las propias marcas no gozan de crédito por su falta de independencia y la endeblez de sus evidencias. Tampoco los suplementos dietéticos o herbáceos han demostrado mayor utilidad: pueden beneficiar a quienes padezcan carencias específicas de un determinado nutriente, pero en personas con un estado de salud normal no conllevan mejoría alguna. Sin embargo, el último grito en tratamientos capilares dudosos lo protagonizan clínicas estéticas o centros capilares cuando proponen sesiones de ozonoterapia, lociones y lavados especiales o el empleo de láseres para regenerar el cabello. Sus programas consisten en un conjunto de sesiones que pueden alcanzar precios bastante elevados, sin que ningún efecto probado compense ni remotamente la inversión.